domingo, 17 de febrero de 2013

Perdiendo las pocas luces que me quedan...

Hace unos días me pregunté qué sería de mi si viviese en una bombilla.

Sí.

Cómo sería mi vida y yo si mis actos dependiesen de un interruptor, metros de cable y una mano ajena. Un antojo ajeno. Si viviese sólo cuando la luz del Sol no fuese suficiente...

Luego cedí. Abrí las paginas amarillas,busqué al mejor psicólogo de la zona y me morí de risa durante más de media hora al darme cuenta de que, evidentemente, no es que viva en una bombilla; soy una bombilla.

Desde siempre he vivido dependiendo de mi interruptor cardíaco, de la maraña de cables que me unen a mi pasado y de sus manos. 

Desde siempre he sido frágil.

Desde siempre me he encendido para brillar con máximo esplendor cuando el Sol ya deja de hacerme competencia a eso de las siete.

Ser bombilla no es fácil, sobre todo porque siempre llega ese incómodo momento en el que te sustituyen por otra más duradera, más cara, de bajo consumo, de luz más intensa y, en definitiva; por una que no necesita que se preocupen de apagarla. Que no necesita que se preocupen por ella, a secas.

Por eso no me gusta ser una bombilla. Porque yo soy de esos que odian las alturas y prefieren enroscarse en alguna lámpara de mesa; para ayudar a escribir. O quizá dentro de una de esas cargadas arañas, suspendidas a escasos metros de la mesa del comedor; esa que todos observan con atención y de la que hablan, porque no se tienen nada más que decir... 

No sé. Ahora lo pienso y creo que si fuese realmente una bombilla sería demasiado exigente. Tanto que acabaría odiándome a mi mismo—si es que las bombillas pueden odiar— y rompería a llorar chispas cada vez que esa persona prefiriese no escribir ni encenderme esa noche; cada vez que el salón se llene de gente y no hablen de mi luz reflejándose en los cristales de la araña, si no de lo bonito que se veía el pelo de ella bajo el Sol...

Ay, ¡De ninguna manera!


Creo que es mejor que siga siendo frágil, anclado al pasado, a mi corazón y a esas manos. Pero al menos no tendré que odiarme, ni seré caprichoso, ni tendré que competir con el Sol; nunca me gustó como enemigo.






















1 comentario:

  1. Ser bombilla puede ser lo mas maravilloso del mundo,y lo más frustrante. Al igual que tú yo también me imagino siendo bombilla, prefiero antes ser la luz de una mesilla de noche y ayudar a escribir, a estar colgada en las alturas, aunque a veces me gustaría "volar". No podemos competir con la oscuridad, pero si acompañarla.

    Fetu ahora imagínate que eres un rayo de luz... No lo imagines, creetelo, y siéntelo.

    Enhorabuena por este fantástico blog.

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